Comentario
Tradicionalmente las fuentes históricas que hablan de la decadencia y caída de Roma y su Imperio aluden a la excesiva relajación de las costumbres y la moralidad de sus ciudadanos. En este sentido, según los autores coetáneos, los romanos cayeron en todo tipo de vicios y depravaciones, se alejaron del esfuerzo y sentido del trabajo con el que habían construido su Imperio y desaparecieron de sus vidas el rigor y la formalidad. Sin embargo, hay que decir que estas fuentes están muy influidas o beben directamente de una nueva religión y moral, cuyo nacimiento y etapa inicial coincide a grandes rasgos con la decadencia de Roma: el cristianismo. Así, los autores cristianos se explayan en sus escritos cargando contra Roma y la forma de vida romana, según ellos origen de todos los vicios y germen de su propia decadencia y final.
El grado de apertura moral depende del punto de vista del observador por lo que podríamos decir, desde una visión actual, que el mundo romano, como en tantas otras culturas de la antigüedad, gozó de cierta permisividad en cuanto a las costumbres sexuales.
La presencia de esclavos y esclavas en los hogares sería uno de los motivos de la libertad sexual con la tradicionalmente se relaciona al mundo romano. Esta presunta liberalidad estaría íntimamente relacionada con el amplio desarrollo de la prostitución.
Como en buena parte de las épocas históricas, en Roma las prostitutas tenían que llevar vestimentas diferentes, teñirse el cabello o llevar peluca amarilla e inscribirse en un registro municipal. No en balde, Catón el Viejo dice que "es bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria vayan a los burdeles en vez de tener que molestar a las esposas de otros hombres". En el año 1 existe un registro con 32.000 prostitutas que estaban recogidas, habitualmente, en burdeles llamados lupanares, lugares con licencia municipal cercanos a los circos y anfiteatros o aquellos lugares donde el sexo era un complemento de la actividad principal: tabernas, baños o posadas.
Los distritos del Esquilino y el Circo Máximo tenían una mayor densidad de burdeles humildes, mientras que los más elegantes se ubicaban en la cuarta región, habitualmente decorados con murales alusivos al sexo e identificados en la calle con un gran falo que era iluminado por la noche. Las prostitutas solían exhibir sus encantos en las afueras del prostíbulo y era habitual que en las puertas de las habitaciones existiera una lista de precios y de servicios.
Las prostitutas se dividían en diversas clases: las llamadas meretrices estaban registradas en las listas públicas, mientras que las prostibulae ejercían su profesión donde podían, librándose del impuesto. Las delicatae eran las prostitutas de alta categoría, teniendo entre sus clientes a senadores, negociantes o generales. Las famosae tenían la misma categoría pero pertenecían a la clase patricia, dedicándose a este oficio o por necesidades económicas o por placer. Entre ellas destaca la famosa Mesalina, Agripina la joven o Julia, la hija de Augusto. Las conocidas como ambulatarae recibían ese nombre por trabajar en la calle o en el circo, mientras que las lupae trabajaban en los bosques cercanos a la ciudad y las bustuariae en los cementerios. El lugar favorito para las relaciones sexuales eran los baños, ofreciendo sus servicios tanto hombres como mujeres; incluso conocemos la existencia de algunos prostíbulos frecuentados por mujeres de la clase elevada, donde podían utilizar los servicios de apuestos jóvenes.